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Crítica de BigBug: El experimento social de Netflix

BigBug (Netflix)
Foto del redactor David Lorao

Redactor colaborador

Netflix ha estrenado BigBug, película de ciencia ficción del director de Amélie y todo un experimento social al estilo Black Mirror

Las películas de ciencia ficción, como los libros o los cómics, siempre han jugado con la realidad de la que parte. Sus historias suelen estar genuinamente fundamentas en nuestra base sociopolítica, en nuestra cultura y herencia, en nuestra Historia con mayúsculas. Por eso siempre encontramos ciertos paralelismo entre la ficción y nuestro conocimiento empírico.

Por norma general, este género está fuertemente influido por nuestras experiencias. Y, por tanto, el proceso de subjetividad empaña el desarrollo del producto final, así como nuestra acogida como espectadores. Retorcer la realidad para acabar en la ficción ha servido como referencia a cientos de creadores y consumidores, y seguirá haciéndolo de por vida.

Autores como Philip K. Dick, Isaac Asimov o el gran George Orwell son una buena prueba de ello. Películas tan imprescindibles como Blade Runner y el universo gestado por Ridley Scott a partir de la obra del propio K. Dick, tres cuartos de lo mismo. Y más ejemplos recientes podemos encontrar en la inefable y recomendadísima Black Mirror como ejemplo seriéfilo.

En esas hemos encontrado BigBug, película de Netflix estrenada hace unos días que hemos podido visualizar. Una historia escrita y dirigida por Jean-Pierre Jeunet, cineasta conocido por ser el responsable de títulos como Amélie (2001) o Alien: Resurrección (1997), entre muchos otros que componen su extensa filmografía.

¡Compartimos su tráiler oficial, a ver si os llama la atención!

La sinopsis de BigBug plantea una trama ciertamente interesante, al menos desde el punto de vista de la ciencia ficción. Narra la vida de un grupo de habitantes que vive a las afueras de una gran ciudad y que se ven inmersos en una rebelión de robots. Casualmente, el suyo, su robot, tiene "buen corazón" y acaba encerrándolos en el hogar familiar para que no les pase nada.

Desde los primeros compases de la nueva película de ciencia ficción en Netflix queda claro que es un filme atípico, con un tratamiento de las imágenes extrañamente específico, un lenguaje audiovisual quizás desproporcionado y un humor que pretende ser inteligente, pero que juega con los clichés característicos del género y el medio.

El uso del color en BigBug es descomedido y desmesurado, con una paleta luminosa y chirriante que viene a describir el mundo vacío, vulgar, sin alma, corazón o identidad, totalmente artificial en el que se enmarcan nuestros protagonistas. La clásica lectura de "la tecnología es mala porque nos deshumaniza" y esas cosillas de naturaleza boomer.

Jean-Pierre Jeunet se esfuerza en dejarnos claro desde el principio que la tecnología, usada con excesos y alejada del punto medio aristotélico, es mala. Es el enemigo. Sin embargo, pronto recoge cable para tender la mano y construir puentes generacionales. Todo, por supuesto, con un tipo de comedia estúpida que desluce el virtuosismo de la dirección.

BigBug no es una buena película. Netflix ha presentado una especie de experimento social, con lecturas satíricas sobre el mundo en el que vivimos, pero ha sido un experimento social fallido. Desde nuestro punto de vista, ésta es una de las peores películas que ha firmado este cineasta, ya que falla en casi todo lo que plantea, empezando por el propio planteamiento.

La experiencia es casi torturado. Este mundo de pastel que han dibujado en BigBug debe generar agobio y sometimiento, pero la sobresaturación de colores es más diabética que opresiva. Y en ese azucarada ambiente el humor falla de manera estrepitosa, con una narrativa irregular que tiene más interés por el entorno que por lo humano.

Los personajes brillan por su ausencia, aunque están ahí. Son moldes, cuentan con un determinado modo de pensamiento, de ver la vida, pero no tienen más identidad que la de estar, respirar y hablar de vez en cuando, quizás desembuchar un pensamiento afilado, una opinión crítica, un chistecillo ligero que se diluye entre tanto agotamiento visual.

Pese a todo, Netflix ha estrenado una película interesante. Quizás Jean-Pierre Jeunet no ha podido perfilar toda la libertad creativa que le han entregado; quizás ese sea el gran mal del cineasta, haber salido al ruedo sin correa, haberse desgañitado para ofrecer un ejercicio de luces y colores que acabe resultando desastroso en grado sumo, a pesar de sus virtudes.

Toda esa extravagancia estética, que tan buen partido sacan cineastas como Wes Anderson o el propio Jean-Pierre Jeunet en su obra precedente, se superpone a la narrativa, opacándola, oprimiéndola, desvirtuándola hasta no generar nada de interés. Y por el camino nos va perdiendo a nosotros, los espectadores, que no terminamos de empatizar con nada de lo propuesto.

En definitiva, BigBug es una de película de Netflix que va a generar una respuesta inmediata en el espectador. Desde nuestro humilde punto de vista, ha sido un experimento social fallido. La idea podría haber sido relativamente buena, pero la ejecución ha terminado desluciendo cualquier atisbo positivo que pudiera haber llegado a arrojar esta cinta.

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VALORACIÓN:

BigBug, la nueva película de Netflix dirigida por el cineasta de Amélie, es una sátira social, un experimento ci-fi al estilo Black Mirror que ahoga su narrativa crítica con una exposición estética desmesurada. El entorno asfixia todo lo demás, que deja de importar y acaba resultado fallido.

LO MEJOR:

El uso del color, aunque sea excesivo, refleja bien el virtuosismo de su cineasta.

LO PEOR:

La estética está por encima de la narrativa, el humor quiere ser satírico y no lo consigue y los personajes brillan por su ausencia.
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Etiquetas: Netflix