Crítica de Buffalo Kids, una preciosidad de película como muchas opciones a premios

El cine de animación es, además de arte e industria, una herramienta poderosísima de comunicación porque tiene la cualidad de permear en un amplio rango demográfico. En palabras llanas, van al cine grandes y pequeños por igual, lo que le da a los proyectos un nivel de exposición muy amplio.

Esto es especialmente beneficioso en el caso de películas en las que los valores como la amistad, la integración social y el coraje personal son fundamentales, como Buffalo Kids, proyecto que nace del premiadísimo cortometraje Cuerdas (ostenta el récord Guinness con 62 galardones), escrito por Pedro Solís. 

Después de dirigir Momias, que alcanzó un notable éxito a nivel nacional e internacional, Juan Jesús Galocha (alias "Galo") codirige la cinta junto a Pedro Solís, autor del cuento original que han desarrollado como guión para el largo Jordi Gasull y Javier Barreira, quienes además de formar parte del equipo de Momias, trabajaron también en Las aventuras de Tadeo Jones y Atrapa la bandera.

En todos los casos estamos hablando de referentes excepcionales que han tenido una enorme proyección más allá de nuestras fronteras.

El caso que nos ocupa hoy, Buffalo Kids, sigue la misma senda, llevándonos a uno de los escenarios más reconocibles de la cinematografía: el oeste americano. Eso sí, en una versión "light", apta para todos los públicos.

Los imponentes escenarios naturales a menudo desérticos, los búfalos, los nativos americanos, las minas de oro, los revólveres, las persecuciones a caballo... todo está al servicio de una historia cuyo corazón es Nick, el alter ego animado de Nicolás, el hijo de Pedro Solís a cuya memoria está dedicada la película.

Esto es así porque consigue hacernos ver el punto de vista del chico, aquejado de parálisis cerebral. Y bonus extra, lo hace con una enorme sensibilidad, pero sin caer jamás en la sensiblería, ni buscar la lágrima fácil. Buffalo Kids es una película luminosa, optimisma y tierna, de esas que siempre apetece volver a ver.

Un largo viaje

Buffalo Kids nos presenta a dos hermanos huérfanos de origen irlandés, Tom y Mary, que se embarcan en un transatlántico para reunirse con su tío en Nueva York a finales del siglo XIX. Sin embargo, no aparece para recogerlos, lo que les llevará a iniciar un viaje en tren por el salvaje oeste, colándose como polizones.

Así conocerán a Nick, un amigo postrado en silla de ruedas que busca una familia de acogida, junto con muchos otros niños entre los cuales se camuflan, dando esquinazo al revisor. 

Las cosas se pondrán muy difíciles cuando los muchachos pierdan en tren, tras abandonarlo para ver de cerca a una manada de búfalos. Pero es que, además, va a ser asaltado por unos forajidos que buscan mano de obra para la mina de la que esperan extraer oro.

Allí tienen esclavizados a un buen número de personas, a las que tratan con muy poca humanidad. Al menos hasta que la intrépida Mary idee un plan que va a cambiar las tornas.

Si de valores humanos la película va sobrada, hay que decir que el estudio Core Animation ha echado el resto respecto a los valores de producción poniendo todos los recursos disponibles para que Buffalo Kids luzca de maravilla: es una película preciosa, colorida, emocionante y estéticamente muy lucida. 

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A poco que se ame el western se van a ver destellos y guiños no solo a películas concretas sino incluso a intérpretes en el diseño de los personajes y montones de referencias, por no hablar de la universalidad de los mensajes que lanza. Así que puede que el enfoque sea infantil, pero desde luego hay motivos para que los mayores también disfruten en la sala de cine. 

Mención aparte precisa la banda sonora de Fernando Velázquez (La casa), que entrega un nuevo trabajo que se ajusta a la perfección al nivel del reto que tenía entre manos.

Estamos, ojo, hablando de una película que no tiene nada que envidiar a las de los estudios más punteros del mundo en todos los niveles: los escenarios fotorrealistas, las texturas, la iluminación, la cantidad de personajes y la forma en la que se mueven en los entornos digitales... Un trabajo minucioso, preciosista y con un nivel de virtuosismo a reivindicar.

El Goya, se lo lleva de largo y veremos qué carrera cosecha a nivel internacional, donde también tiene un prometedor recorrido.

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