Crítica de Cuando acecha la maldad, la película vencedora en Sitges

Viniendo con el marchamo de calidad de haberse impuesto en el Festival de Cine de Sitges, las expectativas le pueden pasar una mala jugada a Cuando acecha la maldad (When Evil Lurks), una propuesta más próxima al gore que al terror como tal.

Es una película de nicho, muy encaminada a un público concreto que la disfrutará solo si tiene el estómago de hierro dado que resulta brutal y profundamente desagradable, más que aterradora. Sorprende, eso sí, con arrebatos de violencia inesperados que irrumpen para hacerte saltar en la butaca, pero Rugna se lo termina llevando todo siempre al terreno del asco, sin rematar la faena.

Con todo, quiere ser una historia de infectados diferente, puesto que aquello que corroe a las personas es una suerte de maldad casi telúrica, que acecha si se le da un nombre, si se permite al miedo morar en la mente o se está en contacto con cualquier objeto que haya estado en posesión de un "embichado".

Cuando acecha la maldad se esfuerza en crear una mitología propia, pero subvierte en varias ocasiones la lógica de la que se dota a sí misma. Y esto a veces sucede de una forma tan notoria que roza el absurdo. ¿Qué atrae al mal? La electricidad, reconocerlo por su nombre, herir a los infectados a los que ha poseído o darle alas para controlarte dejándote llevar por tus miedos.

La película nos presenta a Pedro y Jimi, dos hermanos que viven en un remoto pueblo de la Argentina rural. Un buen día encuentran un cadáver en medio del bosque partido por la mitad, eviscerado y rodeado de un extraño instrumental.

El cuerpo corresponde al de un "limpiador", una de las personas encargadas de hacerle frente a los "embichados", aquellos infectados por fuerzas malignas al punto de pudrirse en vida para alumbrar al mismo diablo tras un periodo de incubación.

A pesar de su penoso estado, estas criaturas, que han dejado ya de ser humanas y están comidas de pústulas y pus, no pueden ser dañadas de ningún modo, puesto que eso solo las hace más fuertes y esparce su peligrosa semilla.

Desesperados por huir del mal absoluto, los hermanos emprenderán una huida desesperada tratando de salvar a su familia, aunque para su desgracia quizás ya sea demasiado tarde... 

A la maldad le gustan los niños y a los niños les gusta la maldad

Cuando acecha la maldad maneja bien la tensión narrativa y, al ir configurando su propia lógica por el camino y enfrentarnos por primera vez a ella, en verdad puede tirar por donde le dé la gana, algo que utiliza de forma correcta para sorprender y de forma menos eficiente cayendo en incongruencias. 

En cualquier caso, nos enfrenta a toda una serie de situaciones en las que el odio, la incomprensión y la ira inundan la pantalla. Todos los personajes quieren salvarse a sí mismos y a sus seres queridos y se enfrentan al dilema de no poder dar rienda suelta a la reacción más básica ante un ataque, que es la violencia. Cuando lo hacen, están condenados siendo atrapados en el ciclo del mal.

Las escenas de mayor voltaje son las que hacen que la película merezca realmente la pena. Rugna se deja llevar por el caos impuesto por la situación desesperada de los personajes y mueve la cámara de forma tan espasmódica como lo hacen los propios infectados al atacar y se vale asimismo de una fotografía y una puesta en escena que roza lo grotesco.

De paso lanza algún que otro mensaje que da bastante mal rollo respecto a lo vulnerables que somos a la hora de dejarnos arrastrar por nuestros más bajos instintos ante una amenaza de gran calibre, llevando la propuesta más allá de lo habitual en el género: es sangrienta, asquerosa, inquietante y nunca sabes por dónde va a salir, para bien y para mal.

Sin embargo también da la sensación de que había potencial en Cuando acecha la maldad para lanzar un relato mucho más aterrador. Deja pasar algunas de sus mejores ideas, como la del rito para acabar con el mal o la de "atrapar" al maligno en la mente de una persona con autismo desatendiendo una lectura final que se queda algo floja, en comparación con la garra de la acción.

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