Crítica de Hipnosis (Hypnosen), una curiosa películas sobre la reafirmación de la identidad

Antes de arrancar, esta película merece un pequeño aparte... Sí, sí, entre tú y yo, escritora y lector. Todo lo que hacemos, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, es una pura actuación. Ante nosotros mismos, ante nuestros seres queridos, ante los desconocidos con los que nos cruzamos por la calle...

No hay una sola acción que no tenga carácter de performance, en la medida en la que somos seres sociales a los que nos preocupa la recepción de nuestro comportamiento y, asimismo, seres morales a los que nos incumben las consecuencias de nuestros actos. Necesitamos que haya cierta coherencia entre cómo nos sentimos y cómo nos representamos y autopercibimos.

La película Hipnosis, en principio, puede parecer una comedia atípica, de corte independiente, con un director novel que trata de hacer unos chascarrillos sobre el tema. Y, en parte, es así: no estamos ante una producción ambiciosa (aunque no por ello esté menos cuidada) y desde luego no va a ser el gran éxito de la semana. Pero tiene algo bastante único: personajes con los que se puede empatizar.

Si en alguna ocasión has tratado a toda costa de encajar en un ambiente que te resultaba hostil, si has percibido que otros tomaban decisiones por ti, si te has sentido elidido en una conversación por miedo a desentonar (y creo que las tres cosas son, por desgracia, muy habituales), vas a encontrarle el atractivo a esta película, de apenas 98 minutos de duración.

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En punto de partida de Hipnosis

Hipnosis nos presenta a Vera y André: ellos son los creadores de una aplicación sobre la salud femenina que aspira a globalizarse, llegando no solo al público de su Suecia natal sino a todos los rincones del plantea y, especialmente, a los países en vías de desarrollo, en muchos de los cuales, sigue siendo un tema tabú.

Sin embargo, les está costando recabar la financiación necesaria para su expansión, lo que les lleva a preparar una presentación en un foro de emprendedores. Competirán con otras propuestas para conseguir el favor de los inversores y, sobre todo, tendrán que aprender previamente a vender sus ideas de una forma atractiva y con gancho... aunque eso implique mentir.

Además de ser socios, Vera y André son pareja y se complementan, en apariencia, a la perfección: se quieren y tienen una convivencia apacible. Al menos, hasta que ella decide someterse a un tratamiento de hipnosis para dejar de fumar y encontrarse a sí misma. Cuando sale de su sesión, se siente liviana y comienza a actuar de una forma muy distinta a la habitual, como si no tuviese filtros.

Al principio André lo ve como algo positivo: una manera de reafirmarse y ponerse en su sitio pero, cuando esos cambios entren en conflicto con la imagen que quiere mostrar de cara a promocionar su aplicación, estará dispuesto a todo para salvaguardar su trabajo y evitar cualquier interferencia.

Hipnosis se sustenta sobre todo en un guión impredecible y en dos interpretaciones principales estupendas: Herbert Nordrum (La peor persona del mundo) y Asta Kamma August (Ocurrió a orillas del río) abrazan el reto de dar vida a sus personajes y hacerlos creíbles. Sobre todo ella, que tiene alguna que otra aparición sorpresa en los momentos más inesperados y oportunos.

Por lo demás, la realización está cuidada al milímetro: la puesta en escena es muy limpia, buscando en muchos momentos las simetrías en los planos abiertos mientras que la historia se desarrolla desde lo absurdo, por puro contraste. También se juega con el foco para subrayar cuándo alguien está en posesión de sus actos y cuándo se siente opacado por la presión social.

Al final se percibe una clara denuncia de las fórmulas que buscamos para "pasar por el aro", encajar en las expectativas de los demás y relacionarnos de una forma estandarizada en la que no hay cabida para la espontaneidad ni mucho menos para la sinceridad.

Hay momentos que dan risa, pero son más los que te hacen pensar: tiene más miga de lo que parece. Vivimos en una sociedad obsesionada con las apariencias, la corrección política y el individualismo: es liberador pensar en romper esas cadenas.

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