Crítica de Padre no hay más que uno 4: Campanas de boda

Después de Padre no hay más que uno, Padre no hay más que uno 2: La llegada de la suegra y Padre no hay más que uno 3, le toca el turno a Padre no hay más que uno 4: Campanas de boda. 

Probablemente la saga continuará hasta que que tengamos cubiertos todos los sacramentos, los ritos de paso vitales y las festividades del calendario, de seguir arrasando el salas comerciales, salvo que Torrente 6 le robe la atención a Santiago Segura lo suficiente como para continuar con aquella otra franquicia o, que dios nos pille confesados, tirar con ambas a la vez.

No da la sensación de que añadir nuevos episodios a Padre no hay más que uno le esté costando un gran esfuerzo: la estructura de los guiones es bastante similar, rueda con sus dos hijas Calma y Sirena y siempre tiene un potente y nada disimulado emplazamiento de producto: el dinero por delante, la rentabilidad asegurada aunque el producto final deje mucho que desear.

En esta ocasión, no obstante, la fórmula ya da claros síntomas de agotamiento: hay constantes referencias a películas anteriores (los nenes van creciendo y es un recurso fácil meter de cuando en cuando un flashback, aunque cante a refrito), los cameos son fugaces y los secundarios, que son un buen puñado, no tienen ocasión de brillar en subtramas simplonas.

Recordemos que tenemos entre ellos a muchas instituciones del humor patrio como Toni Acosta, Loles León, Silvia Abril, Leo Harlem o Carlos Iglesias a los que se unen en esta ocasión el omnipresente Antonio Resines, Antonio de la Torre, Carmen Conesa, Vanesa Romero o Xavier Deltell.

La trama de la película Padre no hay más que uno 4 nos lleva a un momento muy especial para Carlota: el mismo día que celebran en familia su 18 cumpleaños, Ocho le propone matrimonio... ¡y ella acepta de inmediato. Marisa no sale de su asombro y está rotundamente en contra mientras que Javier parece llevarles la corriente con la idea de que ellos mismos se desanimen y cambien de parecer.

Entre tanto, Dani entra un periodo de curiosidad que le lleva a preguntarse cosas constantemente... al punto de que sus padres sospechan que es un niño con altas capacidades.

Los enredos de Javier con sus hijos también se hacen notar: a cada uno de ellos le dice que es especial por una razón, pero se terminan enterando y entrando en competición.

La relación con Rosaura, un pilar esencial para la estabilidad del hogar, también llega a un nivel de tensión notable. Harta de que la familia crezca sin parar, decide dividir la comida en dos turnos... pero lo peor será que encontrará algo en el portátil del padre de familia que la pondrá en guardia y amenazará la estabilidad de la relación con su esposa.

Los asiduos a la comedia familiar que nos propone Segura pueden estar tranquilos porque van a tener una nueva dosis de más de lo mismo (aunque algo más desganadillo de lo habitual). Como además hay personajes de todo el espectro de edades, cada cual encontrará la horma de su zapato.

Eso sí, que nadie espere nada memorable o rompedor. No hay evolución en el comportamiento de los personajes, con la troupe haciendo frente los problemas propios de cada rango de edad: encarar la soledad tras una ruptura, cuidar de un bebé cuando ya se ha entrado en años o satisfacer las necesidades de un puñado de vástagos que pasan por distintos problemas: de la pelusilla a la independencia.

El gran giro final, se ve venir de lejos, pero no daremos pistas para preservar la que se supone que es la gran sorpresa final. Por lo demás, como suele ser costumbre, tampoco es que haya mucho que reseñar a nivel técnico o narrativo. La película va justita, sin más.

Son 90 minutos clavados de metraje, que en principio deberían hacer de Padre no hay más que uno 4 una cinta corta, pero que, por desgracia, se termina pareciendo interminable: ofrece poca diversión.

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