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Crítica de El viejo roble, la emocionante conclusión de la trilogía del noreste de Ken Loach

El viejo roble
Foto del redactor Raquel Hernández LujánFoto del redactor Raquel Hernández Luján

Crítica de El viejo roble (The Old Oak), la emocionante conclusión de la trilogía del noreste de Ken Loach centrada en la localidad inglesa de Durham. Estreno el 17 de noviembre.

Llega a los cines la nueva película del incansable y activo Ken Loach, a modo de tríptico no oficial del noreste de Inglaterra junto a las demoledoras Yo, Daniel Blake y Sorry, We Missed You.

De las tres, El viejo roble es la película más luminosa, si bien es un retrato de una de las zonas más deprimidas de Durham, que vive un paulatino declive desde el cierre de las minas, la devaluación de las viviendas y el envejecimiento de la población.

El pub llamado El viejo roble que da título a la película es un lugar especial. No solo es el último local en pie, sino que también es el único espacio público que queda donde la gente puede reunirse para hablar de los problemas del barrio y buscar soluciones a su complicada situación, a la que es difícil encontrar una salida 

TJ Ballantyne, el propietario, participa activamente en la integración de un grupo de refugiados sirios que son enviados al pueblo sin previo aviso y reubicados. Las tensiones no se hacen esperar: ¿podrán encontrar una manera de que las dos comunidades se entiendan?

El respeto y el diálogo contra el miedo y la incomprensión

Es el qué y es el cómo: los flujos migratorios son parte de la actualidad más candente. En concreto, se estima que 6 de cada 10 sirios están desplazados y la situación en su país no tiene visos de mejorar. Sobrevivir es sinónimo de emigrar, pero es difícil que las redes de solidaridad funcionen cuando hay poco para compartir.

El guión de Paul Laverty parece tener dos grandes propósitos: honrar a dos comunidades que han sido trituradas en un caso por la guerra y en otro caso por un sistema económico voraz y que están condenadas a entenderse para poder coexistir en paz. Amén de que tienen en común mucho más de lo que las separa.

 

Se muestra abiertamente la xenofobia, la forma en la que las redes sociales alientan los bulos y dan alas a miedos a menudo completamente infundados, pero dándole a todo ello un contexto social muy esclarecedor y sin dejar de honrar la memoria de la población local y sus esfuerzos para salir adelante. 

Lo mismo se nombra a los sindicatos, que a los bomberos, las iglesias o los grupos de voluntarios que sacan tiempo de donde no lo hay (en este punto dialoga con películas como En los márgenes, por ejemplo) para arrimar el hombro y tratar de construir un mundo algo mejor.

En su afán de ser fiel a la realidad, además, Loach ha recurrido a actores no profesionales, personas que llevan años viviendo en Reino Unido y que efectivamente huyeron de una realidad atroz. La jugada le sale muy bien en el epílogo, no tanto en otros tramos de la película, en los que se sale un poco de la narración. En cualquier caso, es fruto de su compromiso con la realidad.

¿El último gran cineasta social en pie?

El cine de Ken Loach es un género en sí mismo: es quizás uno de los últimos garantes de una forma de dirigir. Es decir, que un espectador tiene claro lo que se va a encontrar en la sala cuando entra a ver una de sus películas.

A sus 86 años se sigue reivindicando como un cineasta necesario, de mirada afilada y con la capacidad de plantarnos un espejo frente a las narices. Puede que sus películas sean muy locales, pero los temas que trata son completamente exportables a cualquier otro lugar, cambiando las dinámicas de poder.

Eso es lo que tanto nos incomoda cuando nos deja sin esperanza, en un callejón sin salida. En esta película ha sabido contener su lado más pesimista para no perder la credibilidad pero darnos algo a lo que agarrarnos. Algo que es también tan universal como los grandes valores de la humanidad: la solidaridad, la colaboración, la creación de una comunidad.

La triste pregunta que nos queda tras ver El viejo roble es quién hará lo que él hace ahora cuando ya no esté. Tendremos que sacudirnos ese futurible vacío disfrutando de sus películas y de la forma en la que ataca nuestras emociones, llamándonos a conmovernos y por tanto a pasar a la acción en la medida en la que cada cual quiera o pueda: desde el activismo, la colaboración o la concordia.

En sociedades rabiosamente capitalistas en las que impera el individualismo más salvaje, esto se antoja imprescindible: El viejo roble no puede ser una película más pertinente y atinada.

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VALORACIÓN:

Pocos cineastas tienen una mirada tan clara como Loach, que en esta tercera película encuentra el equilibrio perfecto entre la denuncia y la esperanza.

LO MEJOR:

La forma en la que radiografía la sociedad y el mensaje esperanzador de que la concordia y el entendimiento es posible para crear comunidades sanas.

LO PEOR:

Algunas de las interpretaciones no profesionales chirrían un poco (se cuela alguna mirada a cámara, por ejemplo).
Hobby

80

Muy bueno